La literbasura de Guillermo Fadanelli

Artículo publicado en la revista Replicante # 6, especial literatura.


La literbasura de Guillermo Fadanelli.
Remedio contra la asepsia.
o (Tirando a matar)


Los conceptos son como vergas infelices que no encuentran cobijo.
Peggy López en No hacemos nada malo

-Éste es el día más feliz de mi vida, mamacita. Le dijo el hombre en aquella ocasión.
–No sé por qué los hombres pasan los mejores momentos de su vida siempre borrachos.
¿Te veré en el desayuno?



La literatura de Guillermo Fadanelli, entre otras cosas como el talento y la obstinación, es fruto de un error: el error de habitar un mundo absurdo, a menudo intolerable –y a veces francamente apestoso, con ese olor a coladera característico del DF-, y que si no fuera por la ironía que segregan nuestras inteligencias de hienas condenadas y los abyectos placeres de la carne y el espíritu sería difícilmente habitable para una gran mayoría de seres con un mínimo de sensibilidad. Los que carecen de ese mínimo es o porque se mueren de hambre y tener sensibilidad (o cultura) es un lujo que no se pueden permitir, o porque se dedican compulsivamente a tratar de amasar dinero, confiar a ciegas en un futuro mejor y joder al prójimo (ya qué) como si toda la cosa no fuera con ellos.

Quizás este mundo, al menos el de los que han leído un par de libros en su vida, sería más simple y sencillo si no existiera la figura literaria de este prolífico, polémico y genuino escritor chilango de barrio y al mismo tiempo cosmopolita, culto y extremadamente cortés. Por simple me refiero a un mundo un poco más apacible, más habitable, luminoso y acogedor, como cuando circulamos sobre puentes de dos pisos por encima de colonias míseras en un auto importado con asientos de piel, 16 válvulas trabajando y el estéreo a todo volumen. Pero no, siempre hay un francotirador empeñado en aguarnos la fiesta (un coreano cualquiera que se autoinmola frente a las cámaras) que se dedica a señalarnos los matices de una realidad que, por el bien de nuestra felicidad bovina, preferiríamos ignorar.

En este sentido, el corpus literario (simón, me he leído casi todo) de Fadanelli se perfila como el reverso de la ideología de este gran comercial en el que pretenden (gobiernos, grandes empresas, la televisión, los gringos, incluso la mayoría de editoriales: EL CAPITAL INMISIRECORDE Y OBNIBULADO..., no soy un vulgar paranoico marxista) que vivamos: patria, idea de progreso, políticos y funcionarios serviles (a la corrupción y al narcotráfico), oficialidad bendecida de la heterosexualidad rampante (México es un país de machos cabrones chingaos!, -que también les guste que les den por atrás ya es otra cosa), familias unidas, hijos obedientes y sin mácula, (pseudo)sexo sano, parco y terapéutico (sin mucha imaginación, con gemidos controlados para no despertar a los niños: aeróbicos pélvicos para menopáusicas precoces y lisiados), actitudes nobles y solidarias (ajá: sólo prestarás a quien en un futuro te pueda prestar), coches ecológicos modelo del año, mucha mochez hipócrita (el que nunca se haya tocado ahí que tire la primera piedra, eh curitas pederastas, ay Jalisco no te rasques!) y tarjetas de crédito para comprar muchas cosas a plazos, laaaaargos y cómodos plazos...¿no suena eso como a condena?
Como bien sabe Benito Torrentera, protagonista por accidente de Lodo, una mala decisión, algo en apariencia inocuo (enamorarse por exceso de soledad y erudición de una pequeña delincuente 28 años menor), puede terminar con los huesos de un profesor de filosofía en la cárcel. Finalmente no un tan mal lugar para escribir memorias noveladas como Lodo, obra de madurez, dicen, la última y sin duda la mejor novela de las escritas por Fadanelli hasta la fecha, acreedora de varios premios. Ay, las mujeres, la de pirotecnia y templos fatuos que nos hacen erigir en su honor.

Veamos qué opina Peggy López (alter ego travestido de personalidad marcadamente almodovariana, quizás porque germinó en una de las estancias de Guillermo en Madrid) del sexo y el consumo: los verbos coger y comprar se me revelaron como los dos grandes pilares donde mi efímera vida se sostenía. Pareciera publicidad cutre de ciertos palacios de falso oropel: soy totalmente canalla. Otra de Peggy, acerca de la infancia: Los niños –por Dios- no son el futuro del mundo: pasando unos años serán igual de decadentes e hijos de la chingada que sus mayores. Y luego que vengan filósofos académicos a amodorrarnos con su ética para bestezuelas. Qué mundo éste diría Torrentera con resignación panzona y agotada, cubriéndose la cara con las braguitas de Eduarda y aspirando su ligero olor a orines y shampoo barato mientras se queda dormido.
Una literatura , la de Fadanelli, que en definitiva se erige como un poderoso anticomercial, como un mausoleo (mall) abandonado y silvestre donde yace inerme la esperanza y la fe (infundada) en la humanidad, entre la que, como no, se cuenta la peculiar subespecie chilanga, con especial mención a aquellos que frecuentan los antros de las colonias Obrera y Guerrero y del Centro Histórico para divertirse, en especial algunos hombres que “sólo desean estrujar el cuerpo de una mujer más joven mientras les llega la muerte”, (¿Te veré en el desayuno?).

Empantanado en medio de esta debacle moral, contra la que arremete sin contemplaciones, el mismo Fadanelli ya se jodió (esto no es nuevo para nadie, ni para sus amigos, menos para él). La literatura se lo jodió. Es como cuando te enculas y de repente tienes la certeza de que ya no vas a poder prescindir de ese sexo aunque acabe arruinándote, matándote de tristeza y desamor, y quién sabe si incluso de sida (el que no tiene sida es que no ha usado su cuerpo lo suficiente, Clarisa ya tiene un muerto). Hay escritores tibios (como amantes mediocres) que podrían estar haciendo cualquier otra cosa: en televisa, dirigiendo la sección cultural de un periódico, organizando raves, abriendo bares... o clausurándo(se)los. Fadanelli sabe perfectamente, porque lo decidió y porque no quiere, que no sirve para ninguna otra cosa. Y ya que tomó la decisión -o más bien se resignó- a ser escritor hace ya varios años, le entró a la tarea con obcecación y sin entusiasmo, como un obrero de la conciencia maltrecha que escribiera libros de autosuperación pero al revés, de autosupuración. Como él mismo dice: sin mayores pretensiones que poder pagar la renta, comprarle un nuevo vestido a su mujer de vez en cuando y elevar la calidad de las drogas que consumen él y sus amigos (entre los que me incluyo, veremos hasta cuándo, el mundillo literario es un campo minado). En definitiva, los objetivos legítimos de cualquier burócrata viciosillo. ¿Contracultura? Más bien ganas de escribir en un mundo en el que ya casi nadie lee, y simple y llanamente resistencia, tratar de mantener la cordura en un mundo a todas luces imbécil.
De detalles como la contracultura ya no hay que preocuparse, hay pequeños funcionarios, siempre muy ebrios eso sí, que se encargan de oficializarla y sacarle el máximo provecho. Ave Bukowski! es el grito de guerra de una generación de alcohólicos jugando a engendros culturales malditos. Como dice el director de esta insigne publicación cuando está de buenas: ay chiquilines.

Que Fadanelli se haya inventado , inspirado probablemente en la idea que tenía del cine John Watters, el feliz término de literatura basura ya es otra cosa. En los oscuros albores de los noventa, antes y después, el oficio de la literatura en México era cosa de iluminados exquisitos y endiosados (odas al mole y a la tristeza de no poder ser gobernados en francés por los descendientes de Maximiliano) y amas de casa. Respetando el noble oficio de ama de casa (cuando logro tener algo parecido a una casa soy una de ellas), el ambiente era irrespirable y lo peor, no retrataba en absoluto la realidad que se estaba viviendo en la ”región más transparente” (eh, chicos del crack) emponzoñada ya por una considerable capa de ozono letal, y por huestes de alcohólicos y drogadictos dementes que no dejaban transitar en paz por los laberintos de soledad, amén de olvidar a los pobres de recursos con estilo e ideas propias indomables que siempre han sobrevivido como pueden en este magnánimo país, donde hasta para los jodidos hay diversión.

De esa época, de cervezas a seis varos, tofraniles, poppers y antros de sexo en vivo (gratis) data Cuentos Mejicanos (91) y El día que la vea la voy a matar (92), y posteriormente Terlenka (95), primer título de la Editorial Moho fundada por Fadanelli, donde su escritura se muestra rebelde, deshinibida y respondona, despreciando y retando la noción de alta literatura en una actitud muy parecida al punk y que se manifestaba en actitudes soberbias frente al resto del mundo (sus amigos escritores y editores básicamente) que empezaba a reconocerlo como escritor. Su soberbia consistía en no abrir la puerta cuando tocaban o no contestar el teléfono deambulando en calzones sucios por una casa en estado desastroso y mordiendo la almohada de felicidad tras fumarse un cigarrillo impregnado de cocaína, acompañado por un vaso de wiski con agua de frutas por desayuno, tal dieta lo llevaba a “gritar con ese entusiasmo repentino efímero: ¡Carajo, maldita sea, esto es la vida!”, confiesa el escritor en Limolín, cuento aparecido en el 98 en Barracuda, también en la editorial Moho.
Darki y autodestructivo a más no poder, lo increíble es que este escritor haya sobrevivido a tales excesos nutricionales. Fadanelli, algún día te vas a arrepentir cuando te enteres de las graves secuelas que ha provocado el imitar tu incomprensible conducta en generaciones posteriores (el daño cerebral será irreversible en aquéllos que además pretendan convertirse en escritores, ni modo, otra generación perdida).
Sus primeros relatos son como fragmentos arrancados a la noche, a la amnesia de las drogas y el alcohol magnificada por una mala nutrición, retazos de una realidad incompleta: postales del desencanto. Una bofetada a la asepsia posmoderna y a la cacareada desaparición del sujeto. Sujeto que, vivito y coleando, se dedicaba fervorosamente a la adjetivación correosa tipo albóndigas amoratadas, gata de ojos hepáticos o uñas pintadas de un naranja infeliz.

Como novelista Fadanelli se supera. El universo del desencanto y desesperanza feliz queda retratado en No te enojes, Pamela, 95, en que los capítulos están divididos por líneas, actividad primordial de los protagonistas –hacer líneas de cocaína- : travestis, bailarinas de antros, militares maricones, trepadores mamones y asesinos, hijas descarriadas de políticos en ascenso medio putonas y con ínfulas literarias (dios mío) y la figura del narrador, en la que nos podemos imaginar perfectamente a Willy en las tribulaciones nocturnas de una vago drogadicto que dejó su empleo cuando conoció a Adriana, la putilla que le da alojamiento y de vez en cuandon algunos billetes de 50 pesos que le coloca en los calzones amarillos (de ella) que el narrador lleva puestos. Sordidez ambiental, drogas, camaradería de perdedores, sentimiento de clase! entre estrellas de glamour decadente en antros como el desaparecido 33 o el Barba Azul, asesinatos y camisas blancas caras e impolutas que van a ser usadas solamente tres veces antes de ser arrojadas en el cubo de la basura, todos ellos “habitantes de un tiempo laxo y estéril donde el futuro ya no tiene lugar, una aldea sin ley” (Regimiento Lolita, 98).

Personajes que como Ramírez, uno de los protagonistas de La otra cara de Rock Hudson (97), novela recientemente reeditada por Anagrama, a pesar de que no saben por qué hacen lo que hacen, no pueden dejar de hacerlo. Presos de un destino que queda chico, como impuesto con calzador y mordaza, se resignan a asumir su papel sin esperanza alguna de cambio, mucho menos de movilidad social, ese sueño que se desvanece la primera vez que se vende el cuerpo a cambio de un poco de droga o se navajea a alguien hasta la muerte por unos cuantos pesos o por un comentario fuera de lugar.

Y hablando de ambientes glamurosos, nos movemos al espectro social opuesto con Para ella todo suena a Frank Purcel (Ed. Moho 99). Muchos, más bien muchas, han acusado a Fadanelli (o a su literatura, ¿cuál sería la diferencia?) de misógino sexista, o en todo caso, si no de machismo (sobrio y descansado, Guillermo es de una delicadeza y comprensión extremas), de alardear de machín. En esta novela el escritor demuestra un detallado conocimiento, fruto de la aguda observación, de la condición femenina, que no es para tirar cohetes de alegría que digamos -sólo que concordando con el autor creo que a las mujeres hermosas se les puede perdonar todo, incluso el asesinato (Lodo, Dios siempre se equivoca). Más de una mujer aprendería más sobre su propio género en esta novela que en esas revistas temáticas sobre jardines fen-shui, comida macrobiótica, senos perfectos y orgasmos explosivos. Carla Bellini es una de tantas golfas sofisticadas con las que compartimos copas y cocaína, los más afortunados, tal vez la cama. De paso, describe con insólita –no he leído mucho a la Loaeza ni a la Poniatowska- precisión corrosiva la naturaleza exclusiva y prepotente de las clases pudientes mexicanas. Parece que Guillermo haya vivido siempre ahí, entre desplantes al numeroso servicio, alcoholes y coches caros, prendas Versace , que en vez de tener sólo un par de pantalones negros se vista con lo último de Doce & Gabana. Una naturalidad que haría sonrojar a las princesas de Mónaco, a quienes por cierto les recomiendo la lectura de las obras de este escritor, y aprovechar de paso esta palestra para ofrecerme como guarura o lo que sea (cuando no estoy bebido manejo muy bien). Este conocimiento de lo femenino denota que Guillermo se sabe divertir, escoger sus amistades y que ha sido elegido como confesor de esas mismas golfas caprichosas. ¿Dónde?, si en la cama o en las cantinas, ya es un asunto que compete al secreto profesional propio de los psicólogos, los curas y los banqueros. Aunque no podemos olvidar que Fadanelli es en el fondo un sentimental, cómo si no hubiera podido escribir: caminamos tomados de la mano como si nosotros nos bastáramos para perpetuar la especie (Sonia odia a nirvana, RegimientoLolita).
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También se ha acusado a Fadanelli de en el fondo ser un escritor moralista. Pero quien no es moralista en este mundo de mierda se convierte automáticamente en un cínico hijo de puta. Quien calla otorga. No nos hagamos pendejos, todos desearíamos un mundo un poquito mejor, y Fadanelli con sus escritos lo único que hace es no quedarse callado, ¿qué otra cosa más podría hacer un escritor?

Con el libro de aforismos Dios siempre se equivoca, y sobre todo con Lodo, Fadanelli está demostrando que es un escritor que sabe lo que hace, que por supuesto tiene madera, y está desmintiendo a todos aquéllos que lo han acusado de inconsistente y de malditismo impostado y un tanto forzado. Con el interés de Jorge Herralde, editor de Anagrama, la crítica ha tenido que comerse sus propias palabras y se han visto obligados a reconocer a uno de los escritores más brillantes (y molestos) de su generación. Con dos novelas a punto de ser publicadas también en la reconocida editorial de Herralde, estoy seguro que lo mejor de Fadanelli está aún por venir.

No se puede acusar de falta de rigor literario a alguien que el máximo compromiso lo tiene consigo mismo, con lo que es capaz de escribir y de vivir a fondo. Áquel que se haya asomado a territorios que rebasen su pírrico poder, se dará cuenta que Fadanelli no miente (así que no sólo es moralista, sino además didáctico). Es atroz por verdadero. Es doblemente atroz porque a pesar de lo atroz se ríe de la miseria estúpida del mundo, de la miseria de las sociedades actuales, de la miseria de ser sí mismo, por si fuera poco. Porque en resumidas cuentas,¿quiénes son los demás?: ¿los críticos?, ¿ la gente culta?. ¿Qué significa la noción de literatura a estas alturas? A mí por lo menos me da igual, lo que verdaderamente importa es la labor de un hombre decidido a emplear a toda costa su vida escribiendo y haciéndonos partícipes activos de la debacle. Los pusilánimes pueden quedarse a salvo tras sus escritorios impolutos y sus impolutas y estériles vidas. ¿A quién le importan? Por cierto, ¿a quien le importa la literatura?