texto publicado en la revista Replicante # 7
La belleza, cuando no es una promesa de felicidad, debe ser destruida.
Internacional Letrista
Urbanismo e información son complementarios en las sociedades
capitalistas y en las anticapitalistas, organizan el silencio.
Raoul Vaneigem
El urbanismo tradicional siempre ha pretendido que las tramas urbanas, y sus representaciones arquitectónicas, actúen como reflejo de la jerarquía social esceneficándola sin traumas. A raíz del modernismo de principios de siglo pasado y la fe ciega en el progreso y la maquinización, trataron de trasladar el racionalismo del entorno productivo a las esferas de la vida cotidiana, el ocio e incluso la espiritualidad de los individuos.
Le Corbusier, máximo representante de la corriente racionalista junto a Piet Mondrian, justificaba el urbanismo como una opción entre arquitectura o revolución, arguyendo que la frustración de las clases obreras se debía a la incapacidad de trasladar la racionalidad del lugar de trabajo a los espacios de la vida doméstica y el ocio. Surge así la idea del arquitecto-dictador que ordena los aspectos de trabajo, movilidad, vida cotidiana y espiritualidad, a través de la planeación de oficinas, bloques de apartamentos, estadios y vías de circulación para los automóviles. Januz Deryng, en unos de sus proyectos, admitió operar bajo el principio de que los estacionamientos dictan la planeación urbana. Los situacionistas detectaron ya en 1968 que en París había en circulación 1.700.000 coches y solo 300.000 plazas de estacionamiento, y que las enfermedades respiratorias crónicas como la bronquitis y el cáncer de pulmón habían aumentado un 20% en una década.
El movimiento del racionalismo moderno se basaba en la certeza de que los problemas del mundo real podían ser resueltos por la razón, además de que priorizaban el interés colectivo por encima del individuo. Los situacionistas radicales pensaban diferente: el progreso social genuino no puede someter a lo individual, sino maximizar su libertad y potencial. La Internacional Situacionista (IS) pretendía convertir el interés de la vanguardia en espacio cotidiano y la cultura de masas en una revolución. Fracasaron obviamente, y el movimiento pop primero y ahora la cultura mediática masiva es lo que queda de esa revolución.
Los letristas (formación liderada por Debord y antecedente directo de la IS) pensaban que la arquitectura modernista nunca había sido un arte y estaba erigida sobre directrices policiales, y según Constant (Movimiento por una Bauhaus Imaginista, MBI, fundada por Asger Jorn),era la abstracción objetiva del espíritu del mundo burgués. La disciplina del sistema auguraba la reintroducción de valores neoplatónicos en la vida cotidiana. El sistema modular de la arquitectura racionalista estaba basado en las dimensiones ideales del cuerpo humano, siguiendo el sistema clásico de Vitruvio, y que paradigmáticamente Le Corbusier identificaba con un policia inglés de seis pies de altura. El concepto de la funcional “máquina para vivir en ella” más que liberar al hombre común lo condenaba a ser un componente más en el engranaje de una sociedad funcionalista. Ya se lo dijo por carta André Breton, guardián del surrealismo: el funcionalismo modernista fue el más infeliz sueño del inconsciente colectivo, la solidificación del deseo en el más violento y cruel automatismo.
Los situacionistas, en la línea de generaciones previas de revolucionarios y vanguardistas, identificaban la calle como el espacio de la vida real en las ciudades. La arquitectura del mañana, decían, será un medio de conocimiento y un medio de acción, y debería reflejar la lucha entre las fuerzas apolíneas de las clases dominantes y la energía dionisíaca de las clases bajas. Jorn demandaba que los edificios modernos deberían expresar una especie de “sensación poética”, al igual que los brutalistas en sus manifiestos (57), para hacer frente a las fuerzas confusas y poder de la sociedad de la producción en masa.
Fue en los primeros tiempos del situacionismo (1957-72) donde las ideas sobre arquitectura, diseño y urbanismo tuvieron mayor importancia y eran consideradas preocupaciones básicas en los programas de lo que se considera no solo un movimiento de vanguardia más, sino la última vanguardia. Programas que con el tiempo se fueron centrando más en la acción política y en la creación de situaciones.
Los situacionistas en sus textos y proclamas abogaban por un urbanismo que fuera más allá de la simple mejora de las infraestructuras urbanas (por ese motivo se distanciaron de Lefevbre a raíz de un artículo titulado “Utopía experimental: por un nuevo urbanismo”) por muy experimentales que fueran. Lo que los situacionistas pretendían es que a través del urbanismo se detonara la revolución en todos los aspectos de la vida cotidiana, empezando por la abolición del trabajo, y la subsiguiente desentronización de la mercancía como valor último y determinante, y la recuperación del juego y la creatividad como valores inalienables del individuo. En un mundo en el que el ocio está programado y dirigido como una actividad de consumo, y donde el rescate municipal de los centros y ciertos barrios de la ciudad se concibe más como una extensión del museo, pensada para el goce de masas de turistas, convirtiendo de esa manera el rico espacio social en mero “espectáculo”.
Basado en la arquitectura unitaria del utopista francés Charles Fourier, el urbanismo unitario (UU) de los situacionistas era la visión de la unificación de espacio y arquitectura con el cuerpo social y el individuo. Era un proyecto social al mismo tiempo que de experimentación artística, creían que el arte integral podía materializarse en el urbanismo. El UU no era una doctrina urbanística, sino una crítica del urbanismo.
Ninguno de los principales situacionistas de formación eran profesionales de la arquitectura o del diseño. En 1954 el ya célebre Ettore Sotssas Jr., abandonó la formación del MBI por su falta de profesionalismo y agresividad. En opinión de los situacionistas el comienzo de la profesionalización de la arquitectura y el diseño llevaba a una esterilización del mundo y amenazaba con eliminar toda espontaneidad y sentido lúdico en aras de la planeación, concepto muy en boga en Europa en el periodo de posguerra. Jorn idealizaba al artista libre como un amateur profesional.
Ya en un documento escrito en 1953, los situacionistas prometieron que la arquitectura algún día revolucionaría la vida cotidiana y llevaría al ciudadano común a un mundo de experimentación, anarquía y juego: fin último del UU. Para la revolución de la vida cotidiana tenían abiertos otros frentes de acción: psicogeografía, deriva, diversión y la construcción de situaciones.
Los situacionistas concebían un nuevo modo de habitar (sentirse cómodo en todas las casas, definición muy cercana al nomadismo globalizado contemporáneo) la ciudad que implicaba la reinterpretación de la trama urbana en nuevos mapas cuyos significados responden a una cartografía emocional (psicogeografía), mapas que indicaban solamente los puntos de confluencia cultural interracial en la periferia de París, ciertos barrios y mercados, parques y calles, o la estación de tren de Saint-Lazare donde se podían practicar jornadas enteras de deriva sin salir de la estación, considerada como una placa giratoria, lugares de confluencia e interacción social donde se distorsionan las categorías temporales del mundo mecanizado. El mercado de les Halles es otra de esas placas giratorias donde Debord realizó uno de sus tediosos filmes, consistente en la toma de una cámara fija con gente entrando y saliendo de cuadro en las actividades típicas de un mercado, actores involuntarios de la vida real.
El UU considera el medio urbano como el terreno de un juego participativo, la psicogeografía estaba revestida de un sentido de posesión emotiva violenta de las calles y los situacionistas proyectaban la deriva como discurso de las pasiones del amor. La deriva, según Debord, es un comportamiento experimental en una sociedad urbana. El periodo de deriva aconsejado no superaba los tres o cuatro días, aunque algunos miembros llevaron el experimento al límite, siempre en ámbito urbano, de derivar durante un mes y medio, al cabo del cual declararon que era imposible superar ese tiempo y que el esfuerzo los había llevado incluso al borde de la muerte.
Ralph Rumney, único miembro conocido de la Asociación Psicogeográfica de Londres y situacionista, tuvo que ser rescatado después de cuatro meses de deriva en Venecia con serios desórdenes mentales. A pesar de que según la IS los primeros informes que mandaba eran alentadores, después de cierto estado de confusión producido por la deriva constante en la ciudad de los canales Rumney acabó por llevar sus investigaciones hacia la deriva estática, ya nunca más se movió de una misma plaza, de la que solo los loqueros que se lo llevaron de regreso a Inglaterra lo sacaron.
Sin duda esos clochards finos y revolucionarios que eran los situacionistas debían ser muy sensibles, puesto que bajo ese principio no entendemos como es que actualmente haya tanto homless practicando la deriva de larga duración.
Los reportes policiales sobre deriva parecían más informes sobre movimientos militares que producto de la actividad de una vanguardia artística. Precisamente Debord tomó la idea de deriva de tácticas militares que definían la derivación como una acción calculada por la ausencia de lugar fijo y que era usada por los ejércitos más vulnerables para atacar por el flanco más débil, lo que ahora podríamos denominar tácticas de guerrilla.
Para Debord la deriva tenía dos significados: la observación activa en el momento actual de las aglomeraciones urbanas y el desarrollo de hipótesis para la estructura de una ciudad situacionista, lo que acabaría siendo las premisas de The Naked City, de Jorn y Debord, y el proyecto nunca realizado de La Nueva Babilonia, proyecto de ciudad situacionista, llevado a cabo por Constant, quien fue expulsado de la IS junto con otros colegas holandeses por participar en la construcción de una iglesia, cuando las tesis situacionistas proponían cuando no abolirlas por completo tomarlas para darles un uso profano y lúdico.
La deriva estaba diseñada casi expresamente para el proyecto de la construcción de situaciones, puesto que al abolir la rutina de los lugares comunes de los trazados cotidianos, se abrían las posibilidades para el imprevisto, el azar y una sucesión de momentos inéditos de la vida de la ciudad, por supuesto que para esto había que disponer de TIEMPO. En el Formulario para un nuevo urbanismo declaran: algunas perspectivas fugitivas nos permiten vislumbrar concepciones originales del espacio, pero esta visión sigue siendo fragmentaria. En ese mismo Formulario Gilles Ivain denuncia amargo: entre el amor y el basurero automático la juventud de todo el mundo ha hecho su elección y prefiere el basurero.
Para contrarrestar tanto amor a la basura los situacionistas tenían en mente planes que incluían agencias de turismo alternativas que proponían tours a las partes ocultas de los barrios vecinos, alentados por las derivas opiáceas del escritor británico Thomas de Quincey a través de todo Londres, en la tradición literaria de paseantes y contempladores urbanos como Baudelaire, Dickens o Walter Benjamin.
La IS creía que entre dos puntos de una ciudad las distancias no tienen mucha relación con la distancia física entre sí. En la deriva la calidad o duración del tiempo se circunscribía a aspectos emocionales del recorrido y a los imprevistos que inevitablemente surgían, ya fuera encontrarse a un colega y caer en una cantina, analizar la estructura mental de un edifico o tomar repentinamente un taxi para pedir que avanzara en línea recta hacia el oeste. En circunstancias de imprevisibilidad así, el tiempo goza de características inéditas muy alejadas de la compulsión calendarizadora de las horas.
Para la Nueva Babilonia contaban con una serie de proyectos, diferenciaban muy bien entre el uso de un espacio privado para la intimidad con el espacio privado comercial del capitalismo, pero primarían los espacios que propiciaran la interactividad social, de estructuras móviles adecuándose a las sucesivas necesidades de relación . Postulaban: la principal actividad de los habitantes de la Nueva Babilonia será la deriva continua. Vaneigem también quería una revolución que fuera la creación permanente de signos que pertenecieran a todos. Ya desde los tiempos de Potlach, fanzine de la IL, anunciaban que en su desarrollo final, las construcciones colectivas que los complacerían solo serían posibles después de la desaparición de la sociedad burguesa, de su distribución de productos, y de sus valores morales. Ahí en definitiva, además de su radicalidad intransigente, parte de su fracaso: creaban unas condiciones de demanda en que para que una nueva arquitectura pudiera funcionar todo el sistema social y económico tenía que ser destruido, reinventando las condiciones de intercambio, producción mínima para asegurar la sustentabilidad de la sociedad y el manejo del tiempo y la creatividad como máximos valores sociales, sin contar por otra parte que a los situacionistas temas como el presupuesto para la construcción les preocupaban muy poco. Además de que abolido el sistema capitalista de retribuciones dudo que hubieran muchos que practicaran la albañilería por deporte, ni siquiera en aras de la ciudad situacionista de ensueño.
Esa indeferencia cósmica tradicional de la especie humana hacia la belleza fue otro de los motivos del fracaso en la aplicación de las teorías situacionistas, más allá de la paternidad intelectual del 68 parisino y de que su filosofía y estética alimentaran la actitud punk, además de que quizás la ciudad situacionista ideal era una premonición de lo que sería la web. Como apuntó Vaneigem en una revisión de esos hechos tiempo después de que la IS fuera clausurada, todas las teorías situacionistas sobre el UU y por ende una nueva sociedad se basaban en la presunción de que todo el mundo al disponer de tiempo para el ocio creativo iba a lanzarse sistemáticamente a la calle a gozar las prácticas de la deriva, y que todo el espacio iba a ser visto en clave psicogeográfica, desviviéndose la gente común por la creación ad infinitum de nuevas situaciones, que a su vez eran la base para la construcción de un nuevo mundo para ése y otro nuevo tipo de situaciones. Presunción que iba más allá de cualquier expectativa razonable. La revolución solo le interesa tanto a los revolucionarios, a los universitarios -que se aburren mucho en la universidad- y a los que se oponen a ella. Lo que le gusta al pueblo (estudiantes incluidos), masa asalariada, clases obreras o como le quieran llamar es ver televisión y asfixiarse dentro de sus carros. Nuestros dirigentes empresarios son tan chidos que por la compra a plazos de 30 m2 de concreto mal ventilados y rodeado de vías rápidas de dos pisos regalan 500 canales de basura televisada. Ya lo decía Vaneigem: Entramos en el reino de las delicadezas policiales, esclavizar con dignidad.
Muy bien, por lo menos abandonen las calles a los gatos y a los borrachos nocturnos para que las transiten bailando y cantando polkas dementes. Que siga el capital, digo el espectáculo.